domingo, 30 de marzo de 2008

Las manos de Durero


En siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nüremberg, vivía una familia con varios hijos. Para poder poner pan en la mesa para todos, el padre, un orfebre de profesión, trabajaba casi 18 horas diarias en su comercio y en cualquier otra cosa que se presentara.

Dos de sus hijos tenían un sueño: querían dedicarse a la creación artística. Pero sabían que su padre jamás podría ser económicamente capaz de enviar a alguno de ellos a estudiar a la Academia de Nürenberg.

Los dos hermanos llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda, y el perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar éste sus estudios, pagaría entonces los estudios al que había quedado en casa con las venta de sus obras. Así, los dos hermanos podrían cumplir su sueño.

Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albrecht Durero ganó la apuesta y fue a Nuremberg. El otro hermano, Albert, comenzó el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció durante los siguientes cuatro años.

Desde el primer momento, Albrecht fue toda una sensación en la Academia. Sus grabados, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.

Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durero se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albrecht se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, el que se había sacrificado trabajando en las minas para hacer realidad su vocación y sus estudios.

Y dijo: "Ahora, Albert hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nüremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de todos tus gastos".

Todos los ojos se volvieron expectantes hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert. Pero éste, con el rostro empapado en lágrimas, se puso de pie y dijo suavemente: "No, hermano, no puedo ir a Nüremberg. Es muy tarde para mí. Estos cuatro años de trabajo en las minas han destruido mis manos. Cada hueso de mis dedos se ha roto al menos una vez, y la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me ha costado trabajo levantar la copa durante tu brindis. No podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino, y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde. Pero soy feliz de que mis manos deformes hayan servido para que las tuyas ahora hayan cumplido su sueño".

Mas de 450 años han pasado desde ese día. Para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Alberto, Albrecht Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente "Manos", pero el mundo entero le cambió el nombre por el de "Manos que oran".

Hay gente que puede sentirse orgullosa de lo que hace; no obstante, será difícil encontrar uno que demuestre que su triunfo se debe a él solo.