/ Rafael Marrón González
"En el jalar la vida es más sabrosa. En el jalar todo es felicidad. En el jalar te quiero mucho más..." Jalar es término admitido por el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) como sinónimo coloquial de halar. Nosotros lo usamos con sentido peyorativo para señalar a los adulantes a quienes llamamos, limpio y pelado, jalabolas. La adulancia ha existido en toda la historia de la humanidad siempre asociada a lo perverso.
El DRAE, que no registra adulante, define adular como "halagar a alguien servilmente para ganar su voluntad". Pero el pueblo, de todo el planeta, le aplica al adulador una amplia gama de calificativos que conforman un género aparte del lenguaje coloquial, que había recogido el DRAE anterior: Chupamedias, jalamecate, lameculo, rastrero, lamesuelas, y el confianzudo jaleti, son algunos, pero en Venezuela preferimos jalabolas, que hasta "granja" tienen. La Granja Ladera. Jalar.
Este oficio va íntimamente relacionado con el chisme, el sapeo. El adulante es también soplón. Acusetas adulantes que sin la menor dignidad se encargan, como los canallas defensores de la revolución cubana con su doliente pueblo, de hacer todavía más miserable la vida de los más humildes y del trabajador del Estado en general, al obligarlo so pena de perder algún beneficio de las misiones, su empleo o el ascenso, a disfrazarse con una franela roja y aplaudir como foca las ridiculeces del encumbrado proceroso que en la intimidad de su ser lo desprecia. Lo triste es que el jalaboleado pasa. Siempre pasa. Y lo de jalabolas queda por generaciones. ¡Qué raya!
Diferencias en el jalar
Tenemos que hacer en realidad una separación entre el chupamedias, y sus sinónimo lamesuelas o lameculos, y el jalabolas o jalamecate, porque aquel es el lumpen de éste. Como lo son en la Sidor estatizada la sarta de lameculos que se han dedicado a elaborar una lista de los trabajadores que se niegan a arrastrarse para hacerlos botar, por el simple placer de demostrar su rastacuerismo.
A los jalabolas el jalar, el ser insultados públicamente, y ahora televisadamente, por el poderoso, les concede estatus, riqueza y poder derivado. Pobre poder, pero poder al fin. En cambio al insulso chupamedias su servilismo solamente le produce el placer íntimo de arrastrarse.
A los que conozco los he visto toda la vida ocupando los mismos lugares en la escala inversa del desarrollo. Pero al ver sus caras envejecidas prematuramente por el vicio de lamer suelas comprendo que han dedicado sus vidas a un oficio indigno solamente por el placer que disfrutan en ello.
Cada humillación, una sonrisa.
Cada desprecio, un ramalazo de felicidad.
Cada vejamen, un orgasmo.
Cuando llegan en las noches a sus casas les cuentan a sus esposas, con un dejo de orgullo en la mirada, como fue la humillación del día.
En cambio el jalabolas que se arrastra en las alturas, humilla a los que están por debajo. Por eso cada vez que veo a un soberbio despreciar a un humilde, me indigno porque sé que no es más que un adulante de algún poderoso vengándose de la indignidad que le permite mantener su relevancia social.
Los serviles vienen en paquete histórico
La supervivencia de los adulantes, como la de los malandros, está sujeta a que nadie se le ocurra decretarlos comestibles. Y porque les hacen falta para sobrevivir a los mediocres ascendidos por la ignorancia.
Hace muchos años, en una de mis vidas, conocí a uno de los más eficientes adulantes que he debido soportar sin vomitar. Era un soplón infame. Persona de confianza absoluta de la empresa. Una vez lo encontré en una barra de la ciudad. Me saludó y comenzó a contarme la forma vil como lo habían botado. Para su desconcierto le grité frente a todos: -¿Y qué esperabas tú, rastrero? ¡Sale pallá! Recordé la cantidad de padres de familia que este servil había malpuesto, dejándolos en la calle por nimiedades.
En nuestra historia patria los serviles son legión. Un tal Vidaurre, intendente de Lima, se postraba en cuatro patas para que Bolívar pudiera subirse al alazán árabe que le había obsequiado la municipalidad. Cuando José Tadeo Monagas preguntaba la hora, tenía cerca un adulante que le respondía:
- "La que usted quiera que sea mi general"
Un ministro al que Guzmán Blanco despidió a insultos gritados, en público, respondió, cuando iba saliendo en estampida del despacho presidencial:
-"Hasta en lo malcriado te pareces al Libertador".
Guzmán, al que le gustaba que lo compararan con Bolívar, lo perdonó.
Otro le dijo al chaparrito Cipriano Castro:
-"Mi general, los hombres de verdad se miden de las cejas hacia arriba".
Y como el "mono lúbrico" tenía la frente empatada con las espaldas, se sintió en las nubes. Y yo pensaba que con las adulancias a don Cipriano se había acabado el pan de piquito, puesto que encopetados ministros se dedicaban a buscarles carajitas virginales, lo que comprobaban personalmente, no fuera a ser cosa, pero, me equivoqué, porque con Chávez los jalabolas han tenido la inmensa oportunidad de ampliar sus horizontes en una carrera enloquecida por demostrar quién es capaz de degradarse más, al extremo de considerar un insulto personalizado de Chávez como un logro ascensional, digno de contar en rueda de prensa y han incorporado a toda su familia, infantes incluidos, en la gran jaladora nacional.
Desde aquel famoso "Chávez los tiene locos" de Diosdado Cabello hasta esta perla que encontré en un blog identificado como Vencedor en Boyacá: "Hugo Chávez genio o dios entre nosotros. El gobierno del político sabio es como el gobierno de Dios entre los hombres, el pastor divino de rebaño humano aunque carezca de leyes. ¿Chávez será acaso un ser divino destinado a dirigirnos a la victoria continental?". ¡¡Coño, a este servil hay que darle el "Rastrero de Platino" en su única clase!!
Sólo a los estúpidos agradan los adulantes
Como paradoja a los intelectuales les repele el poder. Salvo alguna ave rara por allí, los intelectuales, y me refiero a pensadores originales no a memoriosos citadores de egos envanecidos, se mantienen en el ministerio de su quehacer humanístico, y el poder queda entonces como asunto de saltadores de talanquera y avispadas nulidades, sobre todo en estos peladeros latinoamericanos.
Entre otras cosas, los intelectuales desprecian la adulancia y se burlan despiadadamente de los adulantes y de los adulados. Pero cuánto goza un estúpido con un adulante. De allí que estos hayan encontrado en los epítetos que sobredoran al usuario del poder una forma de postramiento de su dignidad, o para evidenciar el "desabastecimiento de ella", como dice un amigo mío, para lograr prebendas y canonjías.
En Venezuela hemos tenido el dudoso honor de ocupar el primer lugar en esta materia. Si Bolívar hubiera sido hombre de cargar condecoraciones se hubiera ido de bruces por el peso. Hemos tenido como una docena de "beneméritos de la patria", y "esclarecido ciudadano", "héroe del deber cumplido", "ilustre americano", que también era denominado, "autócrata civilizador", que significa una cosa así como "forense resucitador", y también "padre de la democracia", "libertador económico", entre muchas imbecilidades para tapar el terror, lograr una chamba o robarse unos millones.
La forma más socorrida para estas jaladas transnacionales son los títulos honoríficos otorgados por universidades chimbas. A Lusinchi lo saturaron los jalabolas de doctorados esotéricos concedidos por la Universidad Ocumo Chino de la República de Tunapuy Hondo, y similares.
Y ahora, para vergüenza eterna, en los prolegómenos del siglo XXI nos sale el salto atrás y se nos enquista "el único". "El más grande de todos los grandes". El que le cambió a sus mujeres el "papachongo" por el "papachávez". Vergüenza ajena, para usar una frase hecha, me produce la manera como se dirigen a este caudillo, conspicuos personajes civiles de la vida política nacional: "Micomandante", como si fueran militares. "Mipresidente", como si no lo fuera de todos los venezolanos.
Que un tipo como José Vicente Rangel, de tanta dignidad periodística y como defensor de los derechos humanos en el pasado, se haya convertido en el traductor de los pujos verbales inconexos de Chávez, produce repugnancia.
No sé cómo será la conducta de esta masa adulante cuando, pasado el efecto del opio corruptor, despierten en una sociedad que los señalará como los serviles que pidieron el Premio Nobel de la Paz para un hombre que vive con la guerra en la punta de la lengua, y quisieron modificar la Constitución para que pudiera reelegirse cuantas veces le diera la gana. Serán el hazmerreír del pueblo.
Sabemos que como ayer con Gómez o Ciprianito, esta jaladera, esta incondicionalidad lacaya, es por la munífica godarria nacional e internacional que disfrutan propios y ajenos. Pero de todos modos, un poquito de vergüenza no estaría de más. Algunas naciones latinoamericanas menos pragmáticas que Argentina y Brasil, ya han empezado a dar el ejemplo.
Una lección de principios
Como la lealtad, que es una virtud egregia, se confunde en el vulgo con la adulancia, la decencia, que es leal por definición, debe ser muy sobria en sus relaciones de subordinación para marcar distancia con ella. El talento no necesita artificios para superarse, solamente los mediocres necesitan adular y asumen para subir la misma posición que para arrastrase.
El Mariscal Sucre, quien fue un hombre estético, era absolutamente leal a Bolívar, pero marcó siempre sus diferencias sustantivas con una combinación admirable de dignidad y respeto. Como la adulancia puede fácilmente confundirse con lealtad, sobre todo en momentos de bonanzas o flexibilización de valores, la jerarquía debe tener también tal decencia y sentido crítico que pueda diferenciarlas y actuar en consecuencia.
La mejor prueba es pedir al indiciado que haga alguna cosa que contraríe principios básicos de la honestidad. Si la ejecuta o manifiesta disposición para hacerlo es un vulgar jalabolas que hay que desechar de inmediato. Porque, como las ratas, serán los primeros en abandonar el barco a la menor señal de alarma.
Un ejemplo histórico de esto lo fue el Marqués de Casa León, que de ser el plenipotenciario de Miranda, a punta de jaladas, se pasó al enemigo nada menos que cuando era el responsable de aceptar los términos de la Capitulación con Monteverde. Le envío el documento con un subalterno a Miranda con una nota: "...En este estado de las cosas y atendiendo a todas las circunstancias, creo debo quedarme para asegurar mi tranquilidad". Pero al escapar Monteverde cuando la invasión de Bolívar, dos años más tarde, se pasó silbando a los patriotas. Y así sucesivamente.
Otro ejemplo lo constituye Francisco Espejo, que era Presidente de la República cuando Boves se apoderó de Valencia, recibió al asesino con una invocación: "Gracias al Altísimo por habernos devuelto a nuestros legítimos amos". Boves lo mandó a fusilar igualito. "Hasta aquí llegó tu reflejo", le dijo sarcástico. Si se hubiera ahorrado esa extemporánea jalada hubiera pasado dignamente a la historia.
Gómez, el ex supremo adulado, derrocado por Chávez
Durante 27 años mantuvo Gómez a Venezuela como su hacienda personal, tal como lo pretende Chávez. Este tirano aterrador mantuvo al pueblo venezolano en un permanente sudor frío. Porque sus subalternos lo imitaban en sus crueldades y tosquedades. Así que para sobrevivir, la nación entera se transmutó en una gigantesca masa de jalabolas. Los que se negaron iban a parar a la cárcel, al exilio o al cementerio.
Por ejemplo, Leoncio Martínez, el célebre Leo, se hizo famoso por su persistente irreverencia al tirano. Una de sus caricaturas pasó a la historia de la hombría, al representar a un obeso con la mesa llena de platos rebosantes de comida, en un restaurante de un árabe, que le pregunta: ¿Hasta cuando gomes? De inmediato fue conducido a la Rotunda entre las carcajadas de toda Caracas. Pero la mayoría prefirió el camino de la costosa supervivencia.
La Iglesia Católica, bajo el mandato de Benedicto XV, en el colmo del jalabonismo, le concedió a Gómez la Orden Piana. Decir que un astroso criminal como este rústico tirano era pío, es decir piadoso, es la jalada de bolas más espectacular de la historia de la humanidad. Pero había que sobrevivir.
Sabemos que el actual Benedicto le tiene especial fobia a todo lo que huela a fascismo, nazismo o chavismo. Que es lo mismo.
El "tarugo" Pérez Jiménez fue otro despreciable dictador sobre el que llovieron adulancias. Pero como al de hoy, solamente de los sectores favorecidos por la corrupción. Y los enfermos de estupidez. Porque la mayoría del pueblo le hizo oposición hasta derrocarlo, como le está haciendo el pueblo de hoy a Chávez para derrotarlo políticamente. Y como la Iglesia de esa hora se reivindicó en la figura de Monseñor Arias Blanco contra Pérez Jiménez, la Iglesia de hoy se reivindica con sus obispos en la lucha contra el totalitarismo y la maldad.
En conclusión
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Para ser jalabolas hay que ser corrupto o mediocre o en caso extremo, ambas cosas. Porque solamente alguien que está robando o que esté ocupando un cargo para el que no está debidamente preparado, puede ser un jalabolas, aunque no puedo negar que existen casos de jalabolismo congénito, propio de los trepadores, expertos en sobrevivir a todos los cambios y ajustarse a todas las circunstancias sin perder la compostura. Por mi parte, aunque comprobado está que en el jalar la vida es más sabrosa, prefiero las penurias de la verdad que tiene como derivado inmarcesible la dignidad.
Fuente: Correo del Caroní
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