jueves, 26 de junio de 2008

Cinco cambios electorales requiere Estados Unidos

Jorge Ramos

Estados Unidos, el país que durante más de dos siglos ha representado lo que es una democracia moderna, tiene que cambiar cinco cosas si quiere que, dentro y fuera, crean en los resultados de sus elecciones.

El primer cambio es muy sencillo. El ganador debe ser el que tenga más votos. Punto. Aunque la nominación del Partido Demócrata a la presidencia ya es del senador Barack Obama, la campaña de la senadora Hillary Clinton sigue insistiendo en que ella ganó el voto popular.

Contaron todos los votos de Puerto Rico, Guam y los 50 estados, incluyendo Florida y Michigan -donde el nombre de Obama ni siquiera apareció en las boletas electorales; pero válido o no, su conteo empaña la victoria de Obama.

Este no es un problema nuevo. En las elecciones presidenciales del 2000, Al Gore obtuvo más votos (50,999,897) que George Bush (50,456,002). Sin embargo, el ganador fue Bush. ¿Por qué? Estados Unidos tiene un sistema electoral complicado y confuso - basado en delegados, asignados proporcionalmente según el voto popular- que funcionaba muy bien a finales del siglo 18 y principios del 19 pero que ahora ya no tiene mucho sentido. Los delegados de las colonias iban a caballo a Washington y ahí escogían al nuevo presidente.

Eso ya no es necesario (aunque, ante el retraso y mal servicio de las aerolíneas, el caballo es una alternativa interesante).

El segundo cambio es la forma en que se escogen los candidatos de cada partido. En la mayoría de los países de Europa y América Latina, los partidos políticos escogen a sus candidatos presidenciales en un solo día. Es más fácil, claro y muchísimo más barato. (Clinton, incluso, tuvo que poner al menos US$11 millones de sus ahorros.)

En realidad, no es necesario arrastrar al país durante meses para ver quién será el candidato. Tuvieron que pasar cinco meses desde que Obama ganó en Iowa hasta que obtuvo los 2118 delegados que necesitaba para ganar la nominación.

Es cierto que estos meses nos han servido para conocer mejor a los candidatos. Pero incluso si hubiera resistencia a que todos los estados votaran el mismo día por el candidato de cada partido o que el país se dividiera en sólo cuatro zonas de votación, el calendario debería reducirse considerablemente. No beneficia a nadie tener a los candidatos haciendo campaña dos años antes de la elección presidencial.

El tercer cambio es de sentido común. Todos los estados deben tener el mismo sistema electoral, las mismas boletas de votación y los votos deben ser tabulados por un organismo independiente.

Es increíble que en este país -con tantos recursos y tecnología- la forma en que votan los electores en Florida sea distinta a la de Montana, que a su vez es distinta a la de California ... y así hasta llegar a 50. Unos votan con computadora, otros con un lápiz, mientras algunos más le hacen hoyitos a la boleta. Debe haber uniformidad en la votación.

Asimismo, el hecho de que no haya un organismo independiente que cuente todos los votos abre la posibilidad de que haya una influencia indebida de ciertos funcionarios estatales a favor de su partido. Basta recordar las sospechas que surgieron con el recuento de votos en Florida durante las elecciones presidenciales del 2000. Al final de cuentas, el candidato republicano, George Bush, ganó Florida con una diferencia de sólo 537 votos y así se llevó la presidencia.

Cualquier sospecha de influencia indebida en el conteo y recuento de votos hubiera desaparecido si un organismo independiente hubiera contado todas las boletas.

El cuarto cambio es de simple justicia. Si los puertorriqueños que viven en Puerto Rico pueden votar para escoger a los candidatos de su partido, deben dejarlos votar, también, en las elecciones presidenciales. (Lo absurdo es que los puertorriqueños que están en Estados Unidos el día de la votación sí pueden votar.)

Es cierto que el estado político de Puerto Rico es motivo de constante discusión. Pero mientras Puerto Rico no se declare independiente, las decisiones del presidente de Estados Unidos les afectan directamente. Entonces, los puertorriqueños en la isla deben, también, tener el derecho de escoger quién los gobierna. Es lo justo.

El quinto cambio es el más fácil de todos. Cambien las elecciones para que siempre sean los domingos, no los martes.

Votar entre semana es complicado. La gente está trabajando o va a la escuela. Además, programar una elección en martes es restarle importancia. Si vale la pena votar, que sea entonces en un día -el domingo- en que no haya excusas para no asistir a las urnas.

El abstencionismo en Estados Unidos es pasmoso. Son pocas las elecciones en que votan más de cuatro de cada 10 electores potenciales. Decenas de países en los cinco continentes tienen mayor participación electoral.

Es necesario que esta democracia, que ha sobrevivido por 232 años, haga algunos cambios. No son de fondo, sino de forma. Se trata de darle mayor credibilidad a un sistema que no se ha adaptado del todo a las exigencias de nuestros tiempos.
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